ALLÍ germinaban los toquis.
De aquellas negras humedades,
de aquella lluvia fermentada
en la copa de los volcanes
salieron los pechos augustos,
las claras flechas vegetales,
los dientes de piedra salvaje,
los pies de estaca inapelable,
la glacial unidad del agua.
Arauco fue un útero frío,
hecho de heridas, machacado
por el ultraje, concebido
entre las ásperas espinas,
arañado en los ventisqueros,
protegido por las serpientes.
Así la tierra extrajo al hombre.
Creció como una fortaleza.
Nació de la sangre agredida.
Amontonó su cabellera
como un pequeño puma rojo
y los ojos de piedra dura
brillaban desde la materia
como fulgores implacables
salidos de la cacería.
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