domingo, 30 de noviembre de 2008

Descubridores de Chile

DEL Norte trajo Almagro su arrugadacentella.Y sobre el territorio, entre explosión yocaso,se inclinó día y noche como sobre unacarta.Sombra de espinas, sombra de cardo y cera,el español reunido con su seca figura,mirando las sombrías estrategias del suelo.Noche, nieve y arena hacen la formade mi delgada patria,todo el silencio está en su larga línea,toda la espuma sale de su barba marina,todo el carbón la llena de misteriosos besos.Como una brasa el oro arde en sus dedosy la plata ilumina corno una luna verdesu endurecida forma de tétrico planeta.El español sentado junto a la rosa un día,junto al aceite, junto al vino, junto alantiguo cielono imaginó este punto de colérica piedranacer bajo el estiércol del águila marina.

viernes, 28 de noviembre de 2008

No hay olvido

Si me preguntáis en dónde he estado
debo decir "Sucede".
Debo de hablar del suelo que oscurecen las piedras,
del río que durando se destruye:
no sé sino las cosas que los pájaros pierden,
el mar dejado atrás, o mi hermana llorando.
Por qué tantas regiones, por qué un día
se junta con un día? Por qué una negra noche
se acumula en la boca? Por qué muertos?

Si me preguntáis de dónde vengo tengo que conversar con
cosas rotas,
con utensilios demasiado amargos,
con grandes bestias a menudo podridas
y con mi acongojado corazón.

No son recuerdos los que se han cruzado
ni es la paloma amarillenta que duerme en el olvido,
sino caras con lágrimas,
dedos en la garganta,
y lo que se desploma de las hojas:
la oscuridad de un día transcurrido,
de un día alimentado con nuestra triste sangre.

He aquí violetas, golondrinas,
todo cuanto nos gusta y aparece
en las dulces tarjetas de larga cola
por donde se pasean el tiempo y la dulzura.
Pero no penetremos más allá de esos dientes,
no mordamos las cáscaras que el silencio acumula,
porque no sé qué contestar:
hay tantos muertos,
y tantos malecones que el sol rojo partía,
y tantas cabezas que golpean los buques,
y tantas manos que han encerrado besos,
y tantas cosas que quiero olvidar.

Débil del alba

El día de los desventurados, el día pálido asomacon un desgarrador olor frío, con sus fuerzas en gris,sin cascabeles, goteando el alba por todas partes:es un naufragio en el vacío, con un alrededor de llanto.
Porque se fue de tantos sitios la sombra húmeda, callada,de tantas cavilaciones en vano, de tantos parajes terrestresen donde debió ocupar hasta el designio de las raíces,de tanta forma aguda que se defendía.
Yo lloro en medio de lo invadido, entre lo confuso,entre el sabor creciente, poniendo el oídoen la pura circulación, en el aumento,cediendo sin rumbo el paso a lo que arriba,a lo que surge vestido de cadenas y claveles,yo sueño, sobrellevando mis vestigios morales.
Nada hay de precipitado ni de alegre, ni de forma orgullosa,todo aparece haciéndose con evidente pobreza,la luz de la tierra sale de sus párpadosno como la campanada, sino más bien como las lágrimas:el tejido del día, su lienzo débil,sirve para una venda de enfermos, sirve para hacer señasen una despedida, detrás de la ausencia:es el color que sólo quiere reemplazar,cubrir, tragar, vencer, hacer distancias.
Estoy solo entre materias desvencijadas,la lluvia cae sobre mí, y se me parece,se me parece con su desvarío, solitaria en el mundo muerto,rechazada al caer, y sin forma obstinada.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Oda a la araucaria araucana

ALTA sobre la tierra
te pusieron,
dura, hermosa araucaria
de los australes
montes,
torre de Chile, punta
del territorio verde,
pabellón del invierno,
nave
de la fragancia.

Ahora, sin embargo,
no por bella
te canto,
sino por el racimo de tu especie,
por tu fruta cerrada,
por tu piñón abierto.

Antaño,
antaño fue
cuando
sobre los indios
se abrió
como una rosa de madera
el colosal puñado
de tu puño,
y dejó
sobre
la mojada tierra
los piñones:
harina, pan silvestre
del indomable
Arauco.

Ved la guerra:
armados
los guerreros
de Castilla
y sus caballos
de galvánicas
crines
y frente
a ellos
el grito
de los
desnudos
héroes,
voz del fuego, cuchillo
de dura piedra parda,
lanzas enloquecidas
en el bosque,
tambor,
tambor
sagrado,
y adentro
de la selva
el silencio,
la muerte
replegándose,
la guerra.

Entonces, en el último
bastión verde,
dispersas
por la fuga,
las lanzas
de la selva
se reunieron
bajo las araucarias
espinosas.

La cruz,
la espada,
el hambre
iban diezmando
la familia salvaje.
Terror,
terror de un golpe
de herraduras,
latido de una hoja,
viento,
dolor
y lluvia.
De pronto
se estremeció allá arriba
la araucaria
araucana,
sus ilustres
raíces,
las espinas
hirsutas
del poderoso
pabellón
tuvieron
un movimiento
negro
de batalla:

rugió como una ola
de leones
todo el follaje
de la selva
dura
y entonces
cayó
una marejada
de piñones:
los anchos
estuches
se rompieron
contra la tierra, contra
la piedra defendida
y desgranaron
su fruta, el pan postrero
de la patria.

Así la Araucanía
recompuso
sus lanzas de agua y oro,
zozobraron los bosques
bajo el silbido
del valor
resurrecto
y avanzaron
las cinturas
violentas como rachas,
las
plumas
incendiarias del Cacique:
piedra quemada
y flecha voladora
atajaron
al invasor de hierro
en el camino.

Araucaria,
follaje
de bronce con espinas,
gracias
te dio
la ensangrentada estirpe,
gracias
te dio
la tierra defendida,
gracias,
pan de valientes,
alimento
escondido
en la mojada aurora
de la patria:
corona verde,
pura
madre de los espacios,
lámpara
del frío
territorio,
hoy
dame
tu
luz sombría,
la imponente
seguridad
enarbolada
sobre tus raíces
y abandona en mi canto
la herencia
y el silbido
del viento que te toca,
del antiguo
y huracanado viento
de mi patria.

Deja caer
en mi alma
tus granadas
para que las legiones
se alimenten
de tu especie en mi canto.
Árbol nutricio, entrégame
la terrenal argolla que te amarra
a la entraña lluviosa
de la tierra,
entrégame
tu resistencia, el rostro
y las raíces
firmes
contra la envidia,
la invasión, la codicia,
el desacato.
Tus armas deja y vela
sobre mi corazón,
sobre los míos,
sobre los hombros
de los valerosos,
porque a la misma luz de hojas y aurora,
arenas y follajes,
yo voy con las banderas
al llamado
profundo de mi pueblo!
Araucaria araucana,
aquí me tienes!

Educación del cacique

LAUTARO era una flecha delgada.Elástico y azul fue nuestro padre.Fue su primera edad sólo silencio.Su adolescencia fue dominio.Su juventud fue un viento dirigido.Se preparó como una larga lanza.Acostumbró los pies en las cascadas.Educó la cabeza en las espinas.Ejecutó las pruebas del guanaco.Vivió en las madrigueras de la nieve.Acechó la comida de las águilas.Arañó los secretos del peñasco.Entretuvo los pétalos del fuego.Se amamantó de primavera fría.Se quemó en las gargantas infernales.Fue cazador entre las aves crueles.Se tiñeron sus manos de victorias.Leyó las agresiones de la noche.Sostuvo los derrumbes del azufre.
Se hizo velocidad, luz repentina.
Tomó las lentitudes del otoño.Trabajó en las guaridas invisibles.Durmió en las sábanas del ventisquero.Igualó la conducta de las flechas.Bebió la sangre agreste en los caminos.Arrebató el tesoro de las olas.Se hizo amenaza como un dios sombrío.Comió en cada cocina de su pueblo.Aprendió el alfabeto del relámpago.Olfateó las cenizas esparcidas.Envolvió el corazón con pieles negras.
Descifró el espiral hilo del humo.Se construyó de fibras taciturnas.Se aceitó como el alma de la oliva.Se hizo cristal de transparencia dura.
Estudió para viento huracanado.Se combatió hasta apagar la sangre.
Sólo entonces fue digno de su pueblo.

Oda a la tristeza

Tristeza, escarabajo
de siete patas rotas,
huevo de telaraña,
rata descalabrada,
esqueleto de perra:
Aquí no entras.
No pasa.
Ándate.
Vuelve
al sur con tu paraguas,
vuelve
al norte con tus dientes de culebra.
Aquí vive un poeta.
La tristeza no puede
entrar por estas puertas.
Por las ventanas
entra el aire del mundo,
las rojas rosas nuevas,
las banderas bordadas
del pueblo y sus victoria.
No puedes.
Aquí no entras.
Sacude
tus alas de murciélago,
yo pisaré las plumas
que caen de tu mano,
yo barreré los trozos
de tu cadáver hacia
las cuatro puntas del viento,
yo te torceré el cuello,
te coseré los ojos,
cortaré tu mortaja
y enterraré, tristeza, tus huesos roedores
bajo la primavera de un manzano.
Cuando yo muera quiero tus manos en mis ojos:
quiero la luz y el trigo de tus manos amadas
pasar una vez más sobre mí su frescura:
sentir la suavidad que cambió mi destino.
Quiero que vivas mientras yo, dormido, te espero,
quiero que tus oídos sigan oyendo el viento,
que huelas el aroma del mar que amamos juntos
y que sigas pisando la arena que pisamos.

Quiero que lo que amo siga vivo
y a ti te amé y canté sobre todas las cosas,
por eso sigue tú floreciendo, florida,

para que alcances todo lo que mi amor te ordena,
para que se pasee mi sombra por tu pelo,
para que así conozcan la razón de mi canto.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Esclava mía

Esclava mía, témeme. Ámame. Esclava mía!
Soy contigo el ocaso más vasto de mi cielo,
y en él despunta mi alma como una estrella fría.
Cuando de ti se alejan vuelven a mí mis pasos.
Mi propio latigazo cae sobre mi vida.
Eres lo que está dentro de mí y está lejano.
Huyendo como un coro de nieblas perseguidas.
Junto a mí, pero dónde? Lejos, lo que está lejos.
Y lo que estando lejos bajo mis pies camina.
El eco de la voz más allá del silencio.
Y lo que en mi alma crece como el musgo en las ruinas.

El cazador en el bosque

AL bosque mío entro con raíces,con mi fecundidad: De dóndevienes?, me preguntauna hoja verde y ancha como un mapa.Yo no respondo. Allíes húmedo el terrenoy mis botas se clavan, buscan algo,golpean para que abran,pero la tierra calla.
Callará hasta que yo comience a sersubstancia muerta y viva, enredadera,feroz tronco del árbol erizadoo copa temblorosa.


Calla la tierra para que no sepansus nombres diferentes, ni su extendido idioma,calla porque trabajarecibiendo y naciendo:cuanto muere recogecomo una anciana hambrienta:todo se pudre en ella,hasta la sombra,el rayo,los duros esqueletos,el agua, la ceniza,todo se une al rocío,a la negra lloviznade la selva.


El mismo sol se pudrey el oro interrumpidoque le arrojacae en el saco de la selva y prontose fundió en la amalgama, se hizo harina,y su contribución resplandecientese oxidó como un arma abandonada.


Vengo a buscar raíces,las que hallaronel alimento mineral del bosque,la substanciatenaz, el cinc sombrío,el cobre venenoso.
Esa raíz debe nutrir mi sangre.


Otra encrespada, abajo,es parte poderosadel silencio,se impone como paso de reptil:avanza devorando,toca el agua, la bebe,y sube por el árbolla orden secreta:sombrío es el trabajopara que las estrellas sean verdes.

martes, 25 de noviembre de 2008

Madrid (1937)

EN esta hora recuerdo a todo y todos,
fibradamente, hundidamente en
las regiones que -sonido y pluma-
golpeando un poco, existen
más allá de la tierra, pero en la tierra. Hoy
comienza un nuevo invierno.
No hay en esa ciudad,
en donde está lo que amo,
no hay pan ni luz: un cristal frío cae
sobre secos geranios. De noche sueños negros
abiertos por obuses, como sangrientos bueyes:
nadie en el alba de las fortificaciones,
sino un carro quebrado: ya musgo, ya silencio de edades
en vez de golondrinas en las casas quemadas,
desangradas, vacías, con puertas hacia el cielo:
ya comienza el mercado a abrir sus pobres esmeraldas,
y las naranjas, el pescado,
cada día traídos a través de la sangre,
se ofrecen a las manos de la hermana y la viuda.
Ciudad de luto, socavada, herida,
rota, golpeada, agujereada, llena
de sangre y vidrios rotos, ciudad sin noche, toda
noche y silencio y estampido y héroes,
ahora un nuevo invierno más desnudo y más solo,
ahora sin harina, sin pasos, con tu luna
de soldados.
A todos, a todos.
Sol pobre, sangre nuestra
perdida, corazón terrible
sacudido y llorando. Lágrimas como pesadas balas
han caído en tu oscura tierra haciendo sonido
de palomas que caen, mano que cierra
la muerte para siempre, sangre de cada día
y cada noche y cada semana y cada
mes. Sin hablar de vosotros, héroes dormidos
y despiertos, sin hablar de vosotros que hacéis temblar el agua
y la tierra con vuestra voluntad insigne,
en esta hora escucho el tiempo en una calle,
alguien me habla, el invierno
llega de nuevo a los hoteles
en que he vivido,
todo es ciudad lo que escucho y distancia
rodeada por el fuego como por una espuma
de víboras, asaltada por una
agua de infierno.
Hace ya más de un año
que los enmascarados tocan tu humana orilla
y mueren al contacto de tu eléctrica sangre:
sacos de moros, sacos de traidores,
han rodado a tus pies de piedra: ni el humo ni la muerte
han conquistado tus muros ardiendo.
Entonces,
qué hay, entonces? Sí, son los del exterminio,
son los devoradores: te acechan, ciudad blanca,
el obispo de turbio testuz, los señoritos
fecales y feudales, el general en cuya mano
suenan treinta dineros: están contra tus muros
un cinturón de lluviosas beatas,
un escuadrón de embajadores pútridos
y un triste hipo de perros militares.

Loor a ti, loor en nube, en rayo,
en salud, en espadas,
frente sangrante cuyo hilo de sangre
reverbera en las piedras malheridas,
deslizamiento de dulzura dura,
clara cuna en relámpagos armada,
material ciudadela, aire de sangre
del que nacen abejas.
Hoy tú que vives, Juan,
hoy tú que miras, Pedro, concibes, duermes, comes:
hoy en la noche sin luz vigilando sin sueño y sin reposo,
solos en el cemento, por la tierra cortada,
desde los enlutados alambres, al Sur, en medio, en torno,
sin cielo, sin misterio,
hombres como un collar de cordones defienden
la ciudad rodeada por las llamas: Madrid endurecida
por golpe astral, por conmoción del fuego:
tierra y vigilia en el alto silencio
de la victoria: sacudida
como una rosa rota: rodeada
de laurel infinito!

lunes, 24 de noviembre de 2008

Amor América

Antes de la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales,
fueron las cordilleras, en cuya onda raida
el cóndor o la nieve parecían inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavía, las pampas planetarias.

El hombre tierra fue, vasija, párpado
del barro trémulo, forma de la arcilla,
fue cantaro caribe, piedra chibcha,
copa imperial o silice araucana.
Tierno y sangriento fue, pero en la empunadura
de su arma de cristal humedecido,
las iniciales de la tierra estaban escritas.

Nadie pudo
recordarlas después: el viento
las olvidó, el idioma del agua
fue enterrado, las claves se perdieron
o se inundaron de silencio o sangre.

No se perdió la vida, hermanos pastorales.
Pero como una rosa salvaje
cayo una gota roja en la espesura
y se apagó una lámpara de tierra.

Yo estoy aquí para contar la historia.
Desde la paz del búfalo
hasta las azotadas arenas
de la tierra final, en las espumas
acumuladas de la luz antártica,
y por las madrigueras despenadas
de la sombría paz venezolana,
te busque, padre mío,
joven guerrero de tiniebla y cobre
o tú, planta nupcial, cabellera indomable,
madre caimán, metálica paloma.

Yo, incásico del legamo,
toqué la piedra y dije:
¿Quién me espera? Y aprete la mano
sobre un punado de cristal vacío.
Pero anduve entre flores zapotecas
y dulce era la luz como un venado,
y era la sombra como un párpado verde.

Tierra mía sin nombre, sin América,
estambre equinoccial, lanza de púrpura,
tu aroma me trepó por las raíces
hasta la copa que bebía, hasta la más delgada
palabra aún no nacida de mi boca.

El monte y el río

EN mi patria hay un monte.En mi patria hay un rio.


Ven conmigo.

La noche al monte sube.El hambre baja al río.

Ven conmigo.

Quiénes son los que sufren?No sé, pero son míos.

Ven conmigo.

No sé, pero me llamany me dicen "Sufrimos".

Ven conmigo.

Y me dicen: "Tu pueblo,tu pueblo desdichado,entre el monte y el río, con hambre y con dolores,no quiere luchar solo,te está esperando, amigo".

Oh tú, la que yo amo,pequeña, grano rojode trigo,será dura la lucha,la vida será dura,pero vendrás conmigo.

BELLA,

como en la piedra fresca
del manantial, el agua
abre un ancho relámpago de espuma,
así es la sonrisa en tu rostro,
bella.

Bella,
de finas manos y delgados pies
como un caballito de plata,
andando, flor del mundo,
así te veo,
bella.

Bella,
con un nido de cobre enmarañado
en tu cabeza, un nido
color de miel sombría
donde mi corazón arde y reposa,
bella.

Bella,
no te caben los ojos en la cara,
no te caben los ojos en la tierra.
Hay países, hay ríos
en tus ojos,
mi patria está en tus ojos,
yo camino por ellos,
ellos dan luz al mundo
por donde yo camino,
bella.

Bella,
tus senos son como dos panes hechos
de tierra cereal y luna de oro,
bella.

Bella,
tu cintura
la hizo mi brazo como un río cuando
pasó mil años por tu dulce cuerpo,
bella.

Bella,
no hay nada como tus caderas,
tal vez la tierra tiene
en algún sitio oculto
la curva y el aroma de tu cuerpo,
tal vez en algún sitio,
bella.

Bella, mi bella,
tu voz, tu piel, tus uñas
bella, mi bella,
tu ser, tu luz, tu sombra,
bella,
todo eso es mío, bella,
todo eso es mío, mía,
cuando andas o reposas,
cuando cantas o duermes,
cuando sufres o sueñas,
siempre,
cuando estás cerca o lejos,
siempre,
eres mía, mi bella,
siempre.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Llénate de mí

Llénate de mí.
Ansíame, agótame, viérteme, sacrifícame.
Pídeme. Recógeme, contiéneme, ocúltame.
Quiero ser de alguien, quiero ser tuyo, es tu hora,
Soy el que pasó saltando sobre las cosas,
el fugante, el doliente.

Pero siento tu hora,
la hora de que mi vida gotee sobre tu alma,
la hora de las ternuras que no derramé nunca,
la hora de los silencios que no tienen palabras,
tu hora, alba de sangre que me nutrió de angustias,
tu hora, medianoche que me fue solitaria.

Libértame de mí. Quiero salir de mi alma.
Yo soy esto que gime, esto que arde, esto que sufre.
Yo soy esto que ataca, esto que aúlla, esto que canta.
No, no quiero ser esto.
Ayúdame a romper estas puertas inmensas.
Con tus hombros de seda desentierra estas anclas.
Así crucificaron mi dolor una tarde.

Quiero no tener límites y alzarme hacia aquel astro.
Mi corazón no debe callar hoy o mañana.
Debe participar de lo que toca,
debe ser de metales, de raíces, de alas.
No puedo ser la piedra que se alza y que no vuelve,
no puedo ser la sombra que se deshace y pasa.

No, no puede ser, no puede ser, no puede ser.
Entonces gritaría, lloraría, gemiría.

No puede ser, no puede ser.
Quién iba a romper esta vibración de mis alas?
Quién iba a exterminarme? Qué designio, qué? palabra?
No puede ser, no puede ser, no puede ser.
Libértame de mí. Quiero salir de mi alma.

Porque tú eres mi ruta. Te forjé en lucha viva.
De mi pelea oscura contra mí mismo, fuiste.
Tienes de mí ese sello de avidéz no saciada.
Desde que yo los miro tus ojos son más tristes.
Vamos juntos. Rompamos este camino juntos.
Ser? la ruta tuya. Pasa. Déjame irme.
Ansíame, agótame, viérteme, sacrificarme.
Haz tambalear los cercos de mis últimos límites.

Y que yo pueda, al fin, correr en fuga loca,
inundando las tierras como un río terrible,
desatando estos nudos, ah Dios mío, estos nudos,
destrozando,
quemando,
arrasando
como una lava loca lo que existe,
correr fuera de mi mismo, perdidamente,
libre de mí, Curiosamente libre.
¡Irme, Dios mío, irme!

jueves, 20 de noviembre de 2008

Con Quevedo, en primavera

Todo ha florecido enestos campos, manzanos,azules titubeantes, malezas amarillas,y entre la hierba verde viven las amapolas.El cielo inextinguible, el aire nuevode cada día, el tácito fulgor,regalo de una extensa primavera.Sólo no hay primavera en mi recinto.Enfermedades, besos desquiciados,como yedras de iglesia se pegarona las ventanas negras de mi viday el sólo amor no basta, ni el salvajey extenso aroma de la primavera.
Y para ti qué son en este ahorala luz desenfrenada, el desarrollofloral de la evidencia, el canto verdede las verdes hojas, la presenciadel cielo con su copa de frescura?Primavera exterior, no me atormentes,desatando en mis brazos vino y nieve,corola y ramo roto de pesares,dame por hoy el sueño de las hojasnocturnas, la noche en que se encuentranlos muertos, los metales, las raíces,y tantas primaveras extinguidasque despiertan en cada primavera.

Ángela adónica

Hoy me he tendido junto a una joven pura
como a la orilla de un océano blanco,
como en el centro de una ardiente estrella
de lento espacio.

De su mirada largamente verde
la luz caía como un agua seca,
en transparentes y profundos círculos
de fresca fuerza.

Su pecho como un fuego de dos llamas
ardía en dos regiones levantado,
y en doble río llegaba a sus pies,
grandes y claros.

Un clima de oro maduraba apenas
las diurnas longitudes de su cuerpo
llenándolo de frutas extendidas
y oculto fuego.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

La mamadre

La mamadre viene por ahí,
con zuecos de madera. Anoche
sopló el viento del polo, se rompieron
los tejados, se cayeron
los muros y los puentes,
aulló la noche entera con sus pumas,
y ahora, en la mañana
de sol helado, llega
mi mamadre, doña
Trinidad Marverde,
dulce como la tímida frescura
del sol en las regiones tempestuosas,
lamparita
menuda y apagándose,
encendiéndose
para que todos vean el camino.

Oh dulce mamadre
—nunca pude
decir madrastra—,
ahora
mi boca tiembla para definirte,
porque apenas
abrí el entendimiento
vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro,
la santidad más útil:
la del agua y la harina,
y eso fuiste: la vida te hizo pan
y allí te consumimos,
invierno largo a invierno desolado
con las goteras dentro
de la casa
y tu humildad ubicua
desgranando
el áspero
cereal de la pobreza
como si hubieras ido
repartiendo
un río de diamantes.

Ay mamá, ¿cómo pude
vivir sin recordarte
cada minuto mío?
No es posible. Yo llevo
tu Marverde en mi sangre,
el apellido
del pan que se reparte,
de aquellas
dulces manos
que cortaron del saco de la harina
los calzoncillos de mi infancia,
de la que cocinó, planchó, lavó,
sembró, calmó la fiebre,
y cuando todo estuvo hecho,
y ya podía
yo sostenerme con los pies seguros,
se fue, cumplida, oscura,
al pequeño ataúd
donde por primera vez estuvo ociosa
bajo la dura lluvia de Temuco.

martes, 18 de noviembre de 2008

Caballo de los sueños

Innecesario, viéndome en los espejoscon un gusto a semanas, a biógrafos, a papeles,arranco de mi corazón al capitán del infierno,establezco cláusulas indefinidamente tristes.
Vago de un punto a otro, absorbo ilusiones,converso con los sastres en sus nidos:ellos, a menudo, con voz fatal y fríacantan y hacen huir los maleficios.
Hay un país extenso en el cielocon las supersticiosas alfombras del arco irisy con vegetaciones vesperales:hacia allí me dirijo, no sin cierta fatiga,pisando una tierra removida de sepulcros un tanto frescos,yo sueño entre esas plantas de legumbre confusa.
Paso entre documentos disfrutados, entre orígenes,vestido como un ser original y abatido:amo la miel gastada del respeto,el dulce catecismo entre cuyas hojasduermen violetas envejecidas, desvanecidas,y las escobas, conmovedoras de auxilios,en su apariencia hay, sin duda, pesadumbre y certeza.Yo destruyo la rosa que silba y la ansiedad raptora:yo rompo extremos queridos: y aún más,aguardo el tiempo uniforme, sin medidas:un sabor que tengo en el alma me deprime.
Qué día ha sobrevenido! Qué espesa luz de leche,compacta, digital, me favorece!He oído relinchar su rojo caballodesnudo, sin herraduras y radiante.Atravieso con él sobre las iglesias,galopo los cuarteles desiertos de soldadosy un ejército impuro me persigue.Sus ojos de eucaliptos roban sombra,su cuerpo de campana galopa y golpea.
Yo necesito un relámpago de fulgor persistente,un deudo festival que asuma mis herencias.

Alturas de Machu Picchu

Sube a nacer conmigo, hermano.

Dame la mano desde la profunda
zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados.
Mírame desde el fondo de la tierra,
labrador, tejedor, pastor callado:
domador de guanacos tutelares:
albañil del andamio desafiado:
aguador de las lágrimas andinas:
joyero de los dedos machacados:
agricultor temblando en la semilla:
alfarero en tu greda derramado:
traed a la copa de esta nueva vida
vuestros viejos dolores enterrados.
Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,
decidme: aquí fui castigado,
porque la joya no brilló o la tierra
no entregó a tiempo la piedra o el grano:
señaladme la piedra en que caísteis
y la madera en que os crucificaron,
encendedme los viejos pedernales,
las viejas lámparas, los látigos pegados
a través de los siglos en las llagas
y las hachas de brillo ensangrentado.
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
A través de la tierra juntad todos
los silenciosos labios derramados
y desde el fondo habladme toda esta larga noche
como si yo estuviera con vosotros anclado,
contadme todo, cadena a cadena,
eslabón a eslabón, y paso a paso,
afilad los cuchillos que guardasteis,
ponedlos en mi pecho y en mi mano,
como un río de rayos amarillos,
como un río de tigres enterrados,
y dejadme llorar, horas, días, años,
edades ciegas, siglos estelares.

Dadme el silencio, el agua, la esperanza.

Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.

Hablad por mis palabras y mi sangre.

Estatuto del vino

Cuando a regiones, cuando a sacrificios
manchas moradas como lluvias caen,
el vino abre las puertas con asombro,
y en el refugio de los meses vuela
su cuerpo de empapadas alas rojas.

Sus pies tocan los muros y las tejas
con humedad de lenguas anegadas,
y sobre el filo del día desnudo
sus abejas en gotas van cayendo.

Yo sé que el vino no huye dando gritos
a la llegada del invierno,
ni se esconde en iglesias tenebrosas
a buscar fuego en trapos derrumbados,
sino que vuela sobre la estación,
sobre el invierno que ha llegado ahora
con un puñal entre las cejas duras.

Yo veo vagos sueños,
yo reconozco lejos,
y miro frente a mí, detrás de los cristales,
reuniones de ropas desdichadas.

A ellas la bala del vino no llega,
su amapola eficaz, su rayo rojo,
mueren ahogados en tristes tejidos,
y se derrama por canales solos,
por calles húmedas, por ríos sin nombre,
el vino amargamente sumergido,
el vino ciego y subterráneo y solo.

Yo estoy de pie en su espuma y sus raíces,
yo lloro en su follaje y en sus muertos,
acompañado de sastres caídos
en medio del invierno deshonrado,
yo subo escalas de humedad y sangre
tanteando las paredes,
y en la congoja del tiempo que llega
sobre una piedra me arrodillo y lloro.

Y hacia túneles acres me encamino
vestido de metales transitorios,
hacia bodegas solas, hacia sueños,
hacia betunes verdes que palpitan,
hacia herrerías desinteresadas,
hacia sabores de lodo y garganta,
hacia imperecederas mariposas.

Entonces surgen los hombres del vino
vestidos de morados cinturones,
y sombreros de abejas derrotadas,
y traen copas llenas de ojos muertos,
y terribles espadas de salmuera,
y con roncas bocinas se saludan
cantando cantos de intención nupcial.

Me gusta el canto ronco de los hombres del vino,
y el ruido de mojadas monedas en la mesa,
y el olor de zapatos y de uvas
y de vómitos verdes:
me gusta el canto ciego de los hombres,
y ese sonido de sal que golpea
las paredes del alba moribunda.

Hablo de cosas que existen, Dios me libre
de inventar cosas cuando estoy cantando!
Hablo de la saliva derramada en los muros,
hablo de lentas medias de ramera,
hablo del coro de los hombres del vino
golpeando el ataúd con un hueso de pájaro.

Estoy en medio de ese canto, en medio
del invierno que rueda por las calles,
estoy en medio de los bebedores,
con los ojos abiertos hacia olvidados sitios,
o recordando en delirante luto,
o durmiendo en cenizas derribado.

Recordando noches, navíos, sementeras,
amigos fallecidos, circunstancias,
amargos hospitales y niñas entreabiertas:
recordando un golpe de ola en cierta roca
con un adorno de harina y espuma,
y la vida que hace uno en ciertos países,
en ciertas costas solas,
un sonido de estrellas en las palmeras,
un golpe del corazón en los vidrios,
un tren que cruza oscuro de ruedas malditas
y muchas cosas tristes de esta especie.

A la humedad del vino, en las mañanas,
en las paredes a menudo mordidas por los días de invierno
que caen en bodegas sin duda solitarias,
a esa virtud del vino llegan luchas,
y cansados metales y sordas dentaduras,
y hay un tumulto de objeciones rotas,
hay un furioso llanto de botellas,
y un crimen, como un látigo caído.

El vino clava sus espinas negras,
y sus erizos lúgubres pasea,
entre puñales, entre medianoches,
entre roncas gargantas arrastradas,
entre cigarros y torcidos pelos,
y como ola de mar su voz aumenta
aullando llanto y manos de cadáver.

Y entonces corre el vino perseguido
y sus tenaces odres se destrozan
contra las herraduras, y va el vino en silencio,
y sus toneles, en heridos buques en donde el aire muerde
rostros, tripulaciones de silencio,
y el vino huye por las carreteras,
por las iglesias, entre los carbones,
y se caen sus plumas de amaranto,
y se disfraza de azufre su boca,
y el vino ardiendo entre calles usadas
buscando pozos, túneles, hormigas,
bocas de tristes muertos,
por donde ir al azul de la tierra
en donde se confunden la lluvia y los ausentes.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Himno y regreso (1939)

Patria, mi patria, vuelvo hacia ti la sangre.
Pero te pido, como a la madre el niño
lleno de llanto.
Acoge
esta guitarra ciega
y esta frente perdida.
Salí a encontrarte hijos por la tierra,
salí a cuidar caídos con tu nombre de nieve,
salí a hacer una casa con tu madera pura,
salí a llevar tu estrella a los héroes heridos.

Ahora quiero dormir en tu substancia.
Dame tu clara noche de penetrantes cuerdas,
tu noche de navío, tu estatura estrellada.

Patria mía: quiero mudar de sombra.
Patria mía: quiero cambiar de rosa.
Quiero poner mi brazo en tu cintura exigua
y sentarme en tus piedras por el mar calcinadas,
a detener el trigo y mirarlo por dentro.

Voy a escoger la flora delgada del nitrato,
voy a hilar el estambre glacial de la campana,
y mirando tu ilustre y solitaria espuma
un ramo litoral tejeré a tu belleza.

Patria, mi patria
toda rodeada de agua combatiente
y nieve combatida,
en ti se junta el águila al azufre,
y en tu antártica mano de armiño y de zafiro
una gota de pura luz humana
brilla encendiendo el enemigo cielo.

Guarda tu luz, oh patria!, mantén
tu dura espiga de esperanza en medio
del ciego aire temible.
En tu remota tierra ha caído toda esta luz difícil,
este destino de los hombres
que te hace defender una flor misteriosa
sola, en la inmensidad de América dormida.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Alianzapa

Ni el corazón cortado por un vidrio
en un erial de espinas,
ni las aguas atroces vistas en los rincones
de ciertas casas, aguas como párpados y ojos,
podrían sujetar tu cintura en mis manos
cuando mi corazón levanta sus encinas
hacia tu inquebrantable hilo de nieve.

Nocturno azúcar, espíritu
de las coronas,
redimida
sangre humana, tus besos
me destierran,
y um golpe de agua con restos del mar
golpea los silencios que te esperan
rodeando las gastadas sillas, gastando puertas.

Noches con ejes claros,
partida, material, únicamente
voz, únicamente
desnuda cada día.
Sobre tus pechos de corriente inmóvil,
sobre tus piernas de dureza y agua,
sobre la permanencia y el orgullo
de tu pelo desnudo,
quiero estar, amor mío, ya tiradas las lágrimas
al ronco cesto donde se acumulan,
quiero estar, amor mío solo con una sílaba
de plata destrozada, solo con una punta
de tu pecho de nieve.

Ya no es posible, a veces
ganar sino cayendo,
ya no es posible, entre dos seres
temblar, tocar la flor del río:
hebras de hombre vienen como agujas,
tramitaciones, trozos,
familias de coral repulsivo, tormentas
y pasos duros por alfombras
de invierno.

Entre labios y labios hay ciudades
de gran ceniza y húmeda cimera,
gotas de cuándo y cómo, indefinidas
circulaciones:
entre labios y labios como por una costa
de arena y vidrio, pasa el viento.

Por eso eres sin fin, recógeme como si fueras
toda solemnidad, toda nocturna
como una zona, hasta que te confundas
con las líneas del tiempo.
Avanza en la dulzura,
ven a mi lado hasta que las digitales
hojas de los violines
hayan callado, hasta que los musgos
arraiguen en el trueno, hasta que del latido
de mano y mano bajen las raíces.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Arte poética

ENTRE sombra y espacio, entre guarniciones y doncellas,
dotado de corazón singular y sueños funestos,
precipitadamente pálido, marchito en la frente
y con luto de viudo furioso por cada día de vida,
ay, para cada agua invisible que bebo soñolientamente
y de todo sonido que acojo temblando,
tengo la misma sed ausente y la misma fiebre fría
un oído que nace, una angustia indirecta,
como si llegaran ladrones o fantasmas,
y en una cáscara de extensión fija y profunda,
como un camarero humillado, como una campana un poco
ronca,
como un espejo viejo, como un olor de casa sola
en la que los huéspedes entran de noche perdidamente ebrios,
y hay un olor de ropa tirada al suelo, y una ausencia de flores
-posiblemente de otro modo aún menos melancólico-,
pero, la verdad, de pronto, el viento que azota mi pecho,
las noches de substancia infinita caídas en mi dormitorio,
el ruido de un día que arde con sacrificio
me piden lo profético que hay en mí, con melancolía
y un golpe de objetos que llaman sin ser respondidos
hay, y un movimiento sin tregua, y un nombre confuso.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Final

Matilde, años o días
dormidos, afiebrados,
aquí o allá,
clavando
rompiendo el espinazo,
sangrando sangre verdadera,
despertando tal vez
o perdido, dormido:
camas clínicas, ventanas extranjeras,
vestidos blancos de las sigilosas,
la torpeza en los pies.

Luego estos viajes
y el mío mar de nuevo:
tu cabeza en la cabecera,

tus manos voladoras
en la luz, en mi luz,
sobre mi tierra.

Fue tan bello vivir
cuando vivías!

El mundo es más azul y más terrestre
de noche, cuando duermo
enorme, adentro de tus breves manos.

Hago girar mis brazos

Hago girar mis brazos como dos aspas locas...
en la noche toda ella de metales azules.

Hacia donde las piedras no alcanzan y retornan.
Hacia donde los fuegos oscuros se confunden.
Al pie de las murallas que el viento inmenso abraza.
Corriendo hacia la muerte como un grito hacia el eco.

El lejano, hacia donde ya no hay más que la noche
y la ola del designio, y la cruz del anhelo.
Dan ganas de gemir el más largo sollozo.
De bruces frente al muro que azota el viento inmenso.

Pero quiero pisar más allá de esa huella:
pero quiero voltear esos astros de fuego:
lo que es mi vida y es más allá de mi vida,
eso de sombras duras, eso de nada, eso de lejos:
quiero alzarme en las últimas cadenas que me aten,
sobre este espanto erguido, en esta ola de vértigo,
y echo mis piedras trémulas hacia este país negro,
solo, en la cima de los montes,
solo, como el primer muerto,
rodando enloquecido, presa del cielo oscuro
que mira inmensamente, como el mar en los puertos.

Aquí, la zona de mi corazón,
llena de llanto helado, mojada en sangres tibias.
Desde él, siento saltar las piedras que me anuncian.
En él baila el presagio del humo y la neblina.
Todo de sueños vastos caídos gota a gota.
Todo de furias y olas y mareas vencidas.
Ah, mi dolor, amigos, ya no es dolor de humano.
Ah, mi dolor, amigos, ya no cabe en mi vida.
Y en él cimbro las hondas que van volteando estrellas!
Y en él suben mis piedras en la noche enemiga!
Quiero abrir en los muros una puerta. Eso quiero.
Eso deseo. Clamo. Grito. Lloro. Deseo.
Soy el más doloroso y el más débil. Lo quiero.
El lejano, hacia donde ya no hay más que la noche.

Pero mis hondas giran. Estoy. Grito. Deseo.
Astro por astro, todos fugarán en astillas.
Mi fuerza es mi dolor, en la noche. Lo quiero.
He de abrir esa puerta. He de cruzarla. He de vencerla.
Han de llegar mis piedras. Grito. Lloro. Deseo.

Sufro, sufro y deseo. Deseo, sufro y canto.
Río de viejas vidas, mi voz salta y se pierde.
Tuerce y destuerce largos collares aterrados.
Se hincha como una vela en el viento celeste.
Rosario de la angustia, yo no soy quien lo reza.
Hilo desesperado, yo no soy quien lo tuerce.
El salto de la espada a pesar de los brazos.
El anuncio en estrellas de la noche que viene.
Soy yo: pero es mi voz la existencia que escondo.
El temporal de aullidos y lamentos y fiebres.
La dolorosa sed que hace próxima el agua.
La resaca invencible que me arrastra a la muerte.

Gira mi brazo entonces, y centellea mi alma.
Se trepan los temblores a la cruz de mis cejas.
He aquí mis brazos fieles! He aquí mis manos ávidas!
He aquí la noche absorta! Mi alma grita y desea!
He aquí los astros pálidos todos llenos de enigma!
He aquí mi sed que aúlla sobre mi voz ya muerta!
He aquí los cauces locos que hacen girar mis hondas!
Las voces infinitas que preparan mi fuerza!
Y doblado en un nudo de anhelos infinitos,
en la infinita noche, suelto y suben mis piedras.

Más allá de esos muros, de esos límites, lejos.
Debo pasar las rayas de la lumbre y la sombra.
Por qué no he de ser yo? Grito. Lloro. Deseo.
Sufro, sufro y deseo. Cimbro y zumban mis hondas.
El viajero que alargue su viaje sin regreso.
El hondero que trice la frente de la sombra.
Las piedras entusiastas que hagan parir la noche.
La flecha, la centella, la cuchilla, la proa.
Grito. Sufro. Deseo. Se alza mi brazo, entonces,
hacia la noche llena de estrellas en derrota.

He aquí mi voz extinta. He aquí mi alma caída.
Los esfuerzos baldíos. La sed herida y rota.
He aquí mis piedras ágiles que vuelven y me hieren.
Las altas luces blancas que bailan y se extinguen.
Las húmedas estrellas absolutas y absortas.
He aquí las mismas piedras que alzó mi alma en combate.
He aquí la misma noche desde donde retornan.

Soy el más doloroso y el más débil. Deseo.
Deseo, sufro, caigo. El viento inmenso azota.
Ah, mi dolor, amigos, ya no es dolor de humano!
Ah, mi dolor, amigos, ya no cabe en la sombra!
En la noche toda ella de astros fríos y errantes,
hago girar mis brazos como dos aspas locas.

martes, 11 de noviembre de 2008

De endurecer la tierra...

DE endurecer la tierrase encargaron las piedras:prontotuvieron alas:las piedrasque volaron:las que sobrevivieronsubieronel relámpago,dieron un grito en la noche,un signo de agua,una espada violeta,un meteoro.
El cielosuculentono sólo tuvo nubes,no sólo espacio con olor a oxigeno,sino una piedra terrestreaquí y allá, brillando,convertida en paloma,convertida en campana,en magnitud, en vientopenetrante:en fosfórica flecha, en sal del cielo.

lunes, 10 de noviembre de 2008

El pastor perdido

SE llamaba Miguel. Era un pequeñopastor de las orillasde Orihuela.Lo amé y puse en su pechomi masculina mano,y creció su estatura poderosahasta que en la asperezade la tierra españolase destacó su cantocomo una brusca encinaen la que se juntarontodos los enterrados ruiseñores,todas las aves del sonoro cielo,el esplendor del hombre duplicadoen el amor de la mujer amada,el zumbido olorosode las rubias colmenas,el agrio olor maternode las cabras paridas,el telégrafo purode las cigarras rojas.Miguel hizo de todo-territorio y abeja,novia, viento y soldado-barro para su estirpe vencedorade poeta del pueblo,y así saliócaminandosobre las espinas de Españacon una voz que ahorasus verdugostienen que oír, escuchan,aquellosque conservan las manosmanchadascon su sangre indeleble,oyen su cantoy creenque es sólo tierray agua.No es cierto.Es sangre,sangre,sangre de España, sangrede todos los pueblos de España,es su sangre que cantay nombray llama,nombra todas las cosasporque él todo lo amaba,pero esa voz no olvida,esa sangre no olvidade dónde vieney para quiénes canta.Cantapara que se abran las cárcelesy ande la libertad por los caminos.A mi me llamapara mostrarme todos los lugarespor donde lo arrastraron,a él, luz de los pueblos,relámpago de idiomas,para mostrarmeel presidio de Ocaña,en donde gota a gotalo sangraron,en donde cercenaronsu garganta,en donde lo mataron siete añosencarnizándoseen su cantoporque cuando mataron esos labiosse apagaron las lámparas de España.
Y así me llama y me dice:\"Aquí me ajusticiaron lentamente.\"Así el que amó y llevababajo su pobre ropatodos los manantiales españolesfue asesinado bajola sombra de los murosmientras tocaban todas las campanasen honor del verdugo,perolos azaharesdieron olor al mundo aquellos díasy aquel aroma erael corazón martirizadodel pastor de Orihuelay era Miguel su nombre.
Aquellos días y añosmientras agonizaba,en la historiase sepultó la luz,pero allí palpitabay volverá mañana.Aquellos días y siglosen que a Miguel Hernández,los carcelerosdieron tormento y agonía,la tierra echó de menossus pasos de pastor sobre los montesy el guerrillero muerto,al caer, victorioso,escuchó de la tierralevantarse un rumor, un latido,como si se entreabrieran las estrellasde un jazmín silencioso:era la poesía de Miguel.Desde la tierra hablaba,desde la tierrahablará para siempre,es la voz de su pueblo,él fue entre los soldadoscomo una torre ardiente.
Él erafortalezade cantos y estampidos,fue como un panadero:con sus manos hacíasus sonetos.Toda su poesíatiene tierra porosa,cereales, arena,barro y viento,tiene formade jarra levantina,de cadera colmada,de barriga de abeja,tiene olora trébol en la lluvia,a ceniza amaranto,a humo de estiércol, tarde,en las colinas.Su poesíaes maíz agrupadoen un racimo de oro,es viña de uvas negras, es botellade cristal deslumbrantellena de vino y agua, noche y día,es espiga escarlata,estrella anunciadora,hoz y martillo escritos con diamantesen la sombra de España.
Miguel Hernández, todala anaranjada greda o levadurade tu tierra y tu pueblorevivirá contigo.Tú la guardastecon la mano más torpe, en la agonía,porque tú estabas hechopara el amanecer y la victoria,estabas hecho de agua y tierra virgen,de estupor insaciable,de plantas y de nidos.
Erasla germinación invenciblede la materia que canta,eraspatria de la entereza y dispusistecontra los enemigos,el moro y el franquista,una mano pesadallena de enredaderas y metales.Con tu espada en los brazos, invisible,morías,pero no estabas solo.No sólo la hierba quemadaen las pobres colinas de Orihuelaesparcieron tu voz y tu perfumepor el mundo.Tu pueblo parecíamudo,no mirabatu muerte,no oíalas misas del despreciopero, anda,anda y pregunta,anda y ve sí hay algunoque no sepa tu nombre.
Todos sabían,en las cárceles,mientras los carceleroscenaban con Cossío,tu nombre.Era un fulgor mojadopor las lágrimastu voz de miel salvaje.Tu revolucionariapoesíaera, en silencio, en celdas,de una cárcel a otra,repetida,atesorada,y ahoradespunta el germen,sale tu grano a la luz,tu cereal violentoacusa,en cada calle,tu voz toma el caminode las insurrecciones.
Nadie, Miguel, te ha olvidado.Aquí te llevamos todosen mitad del pecho.
Hijo mío, recuerdascuandote recibí y te pusemi amistad de piedra en las manos?Y bien, ahora,muerto,todo me lo devuelves.Has crecido y crecido,eres,eres eterno,eres España,eres tu pueblo,ya no pueden matarte.Ya has levantadotu pecho de granero,tu cabezallena de rayos rojos,ya no te detuvieron.Ahoraquieren hincarsecomo frailes tardíosen tu recuerdo,quieren regar con babatu rostro, guerrillero comunista.No pueden.No los dejaremos.Ahoraquédate puro,quédate silencioso,permanece sonoro,dejaque recen,dejaque caiga el hilo negrode sus catafalcos podridosy bocas medievales.No saben otra cosa.Ya llegarátu viento,el viento del pueblo,el rostro de Dolores,el paso victoriosode nuestra nunca muertaEspaña,y entonces,arcángel de las cabras,pastor caído,gigantesco poeta de tu pueblo,hijo mío,verásque tu rostro arrugadoestará en las banderas,vivirá en la victoria,revivirá cuando reviva el pueblo,marchará con nosotros sin que nadiepueda apartarte más del regazo de España.

Epitalamio

Recuerdas cuando
en invierno
llegamos a la isla?
El mar hacia nosotros levantaba
una copa de frío.
En las paredes las enredaderas
susurraban dejando
caer hojas oscuras
a nuestro paso.
Tú eras también una pequeña hoja
que temblaba en mi pecho.
El viento de la vida allí te puso.
En un principio no te vi: no supe
que ibas andando conmigo,
hasta que tus raíces
horadaron mi pecho,
se unieron a los hilos de mi sangre,
hablaron por mi boca,
florecieron conmigo.
Así fue tu presencia inadvertida,
hoja o rama invisible
y se pobló de pronto
mi corazón de frutos y sonidos.
Habitaste la casa
que te esperaba oscura
y encendiste las lámparas entonces.
Recuerdas, amor mío,
nuestros primeros pasos en la isla:
las piedras grises nos reconocieron,
las rachas de la lluvia,
los gritos del viento en la sombra.
Pero fue el fuego
nuestro único amigo,
junto a él apretamos
el dulce amor de invierno
a cuatro brazos.
El fuego vio crecer nuestro beso desnudo
hasta tocar estrellas escondidas,
y vio nacer y morir el dolor
como una espada rota
contra el amor invencible.
Recuerdas,
oh dormida en mi sombra,
cómo de ti crecía
el sueño,
de tu pecho desnudo
abierto con sus cúpulas gemelas
hacia el mar, hacia el viento de la isla
y cómo yo en tu sueño navegaba
libre, en el mar y en el viento
atado y sumergido sin embargo
al volumen azul de tu dulzura.
O dulce, dulce mía,
cambió la primavera
los muros de la isla.
Apareció una flor como una gota
de sangre anaranjada,
y luego descargaron los colores
todo su peso puro.
El mar reconquistó su transparencia,
la noche en el cielo
destacó sus racimos
y ya todas las cosas susurraron
nuestro nombre de amor, piedra por piedra
dijeron nuestro nombre y nuestro beso.
La isla de piedra y musgo
resonó en el secreto de sus grutas
como en tu boca el canto,
y la flor que nacía
entre los intersticios de la piedra
con su secreta sílaba
dijo al pasar tu nombre
de planta abrasadora,
y la escarpada roca levantada
como el muro del mundo
reconoció mi canto, bienamada,
y todas las cosas dijeron
tu amor, mi amor, amada,
porque la tierra, el tiempo,el mar, la isla,
la vida, la marea,
el germen que entreabre
sus labios en la tierra,
la flor devoradora,
el movimiento de la primavera,
todo nos reconoce.
Nuestro amor ha nacido
fuera de las paredes,
en el viento,
en la noche,
en la tierra,
y por eso la arcilla y la corola,
el barro y las raíces
saben cómo te llamas,
y saben que mi boca
se juntó con la tuya
porque en la tierra nos sembraron juntos
sin que sólo nosotros lo supiéramos
y que crecemos juntos
y florecemos juntos
y por eso
cuando pasamos,
tu nombre está en los pétalos
de la rosa que crece en la piedra,
mi nombre está en las grutas.
Ellos todo lo saben,
no tenemos secretos,
hemos crecido juntos
pero no lo sabíamos.
El mar conoce nuestro amor, las piedras
de la altura rocosa
saben que nuestros besos florecieron
con pureza infinita,
como en sus intersticios una boca
escarlata amanece:
así conocen nuestro amor y el beso
que reunen tu boca y la mía
en una flor eterna.
Amor mio,
la primavera dulce,
flor y mar, nos rodean.
No la cambiamos
por nuestro invierno,
cuando el viento
comenzó a descifrar tu nombre
que hoy en todas las horas repite,
cuando
las hojas no sabían
que tú eras una hoja,
cuando
las raíces
no sabían que tú me buscabas
en mi pecho.
Amor, amor,
la primavera
nos ofrece el cielo,
pero la tierra oscura
es nuestro nombre,
nuestro amor pertenece
a todo el tiempo y la tierra.
Amándonos, mi brazo
bajo tu cuello de arena,
esperaremos
cómo cambia la tierra y el tiempo
en la isla,
cómo caen las hojas
de las enredaderas taciturnas,
cómo se va el otoño
por la ventana rota.
Pero nosotros
vamos a esperar
a nuestro amigo,
a nuestro amigo de ojos rojos,
el fuego,
cuando de nuevo el viento
sacuda las fronteras de la isla
y desconozca el nombre
de todos,
el invierno
nos buscará, amor mío,
siempre,
nos buscará, porque lo conocemos,
porque no lo tememos,
porque tenemos
con nosotros
el fuego
para siempre.
Tenemos
la tierra con nosotros
para siempre,
la primavera con nosotros
para siempre,
y cuando se desprenda
de las enredaderas
una hoja
tú sabes, amor mío,
qué nombre viene escrito
en esa hoja,
un nombre que es el tuyo y es el mío,
nuestro nombre de amor, un solo
ser, la flecha
que atravesó el invierno,
el amor invencible,
el fuego de los días,
una hoja
que me cayó en el pecho,
una hoja del árbol
de la vida
que hizo nido y cantó,
que echó raíces,
que dio flores y frutos.
Y así ves, amor mío,
cómo marcho
por la isla,
por el mundo,
seguro en medio de la primavera,
loco de luz en el frío,
andando tranquilo en el fuego,
levantando tu peso
de pétalo en mis brazos,
como si nunca hubiera caminado
sino contigo, alma mía,
como si no supiera caminar
sino contigo,
como si no supiera cantar
sino cuando tú cantas.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Locos amigos

SE abrió también la noche de repente,
la descubrí, y era una rosa oscura
entre un día amarillo y otro día.
Pero, para el que llega
del Sur, de las regiones
naturales, con fuego y ventisquero,
era la noche en la ciudad un barco,
una vaga bodega de navío.
Se abrían puertas y desde la sombra
la luz nos escupía:
bailaban hembra y hombre con zapatos
negros como ataúdes que brillaban
y se adherían uno a una como
las ventosas del mar, entre el tabaco,
el agrio vino, las conversaciones,
las carcajadas verdes del borracho.
Alguna vez una mujer cayéndose
en su pálido abismo, un rostro impuro
que me comunicaba ojos y boca.
Y allí senté mi adolescencia ardiendo
entre botellas rojas que estallaban
a veces derramando sus rubíes,
constelando fantásticas espadas,
conversaciones de la audacia inútil.
Allí mis compañeros:
Rojas Giménez extraviado
en su delicadeza,
marino de papel, estrictamente
loco, elevando
el humo en una copa
y en otra copa
su ternura errante,
hasta que así se fue de tumbo en tumbo,
como si el vino se lo hubiera llevado
a una comarca más y más lejana!
Oh hermano frágil, tantas
cosas gané contigo, tanto
perdí en tu desastrado corazón
como en un cofre roto,
sin saber que te irías con tu boca elegante,
sin saber que debías
también morir, tú que tenías
que dar lecciones a la primavera!
Y luego como un aparecido
que en plena fiesta estaba
escondido en lo oscuro
llegó Joaquín Cifuentes
de sus prisiones: pálida apostura,
rostro de mando en la lluvia,
enmarcado en las líneas del cabello
sobre la frente abierta a los dolores:
no sabía reír mi amigo nuevo:
y en la ceniza de la noche cruel
vi consumirse al Húsar de la Muerte.

La tarde sobre los tejados

La tarde sobre los tejados
cae
y cae...
Quién le dio para que viniera
alas de ave?

Y este silencio que lo llena
todo,
desde qué país de astros
se vino solo?

Y por qué esta brurna
beso de lluvia

cayó en silencio -y para siempre-
sobre mi vida?

sábado, 8 de noviembre de 2008

América insurrecta (1800)

NUESTRA tierra, ancha tierra, soledades,
se pobló de rumores, brazos, bocas.
Una callada sílaba iba ardiendo,
congregando la rosa clandestina,
hasta que las praderas trepidaron
cubiertas de metales y galopes.

Fue dura la verdad como un arado.

Rompió la tierra, estableció el deseo,
hundió sus propagandas germinales
y nació en la secreta primavera.
Fue callada su flor, fue rechazada
su reunión de luz, fue combatida
la levadura colectiva, el beso
de las banderas escondidas,
pero surgió rompiendo las paredes,
apartando las cárceles del suelo.

El pueblo oscuro fue su copa,
recibió la substancia rechazada,
la propagó en los límites marítimos,
la machacó en morteros indomables.
Y salió con las páginas golpeadas
y con la primavera en el camino.
Hora de ayer, hora de mediodía,
hora de hoy otra vez, hora esperada
entre el minuto muerto y el que nace,
en la erizada edad de la mentira.

Patria, naciste de los leñadores,
de hijos sin bautizar, de carpinteros,
de los que dieron como un ave extraña
una gota de sangre voladora,
y hoy nacerás de nuevo duramente
desde donde el traidor y el carcelero
te creen para siempre sumergida.

Hoy nacerás del pueblo como entonces.

Hoy saldrás del carbón y del rocío.
Hoy llegarás a sacudir las puertas
con manos maltratadas,con pedazos
de alma sobreviviente, con racimos
de miradas que no extinguió la muerte,
con herramientas hurañas
armadas bajo los harapos.

Alberto Rojas Giménez viene volando

ENTRE plumas que asustan, entre noches,
entre magnolias, entre telegramas,
entre el viento del Sur y el Oeste marino,
vienes volando.

Bajo las tumbas, bajo las cenizas,
bajo los caracoles congelados,
bajo las últimas aguas terrestres,
vienes volando.

Más abajo, entre niñas sumergidas,
y plantas ciegas, y pescados rotos,
más abajo, entre nubes otra vez,
vienes volando.

Más allá de la sangre y de los huesos,
más allá del pan, más allá del vino,
más allá del fuego,
vienes volando.

Más allá del vinagre y de la muerte,
entre putrefacciones y violetas,
con tu celeste voz y tus zapatos húmedos,
vienes volando.

Sobre diputaciones y farmacias,
y ruedas, y abogados, y navíos,
y dientes rojos recién arrancados,
vienes volando.

Sobre ciudades de tejado hundido
en que grandes mujeres se destrenzan
con anchas manos y peines perdidos,
vienes volando.

Junto a bodegas donde el vino crece
con tibias manos turbias, en silencio,
con lentas manos de madera roja,
vienes volando.

Entre aviadores desaparecidos,
al lado de canales y de sombras,
al lado de azucenas enterradas,
vienes volando.

Entre botellas de color amargo,
entre anillos de anís y desventura,
levantando las manos y llorando,
vienes volando.

Sobre dentistas y congregaciones,
sobre cines, y túneles y orejas,
con traje nuevo y ojos extinguidos,
vienes volando.

Sobre tu cementerio sin paredes
donde los marineros se extravían,
mientras la lluvia de tu muerte cae,
vienes volando.

Mientras la lluvia de tus dedos cae,
mientras la lluvia de tus huesos cae,
mientras tu médula y tu risa caen,
vienes volando.

Sobre las piedras en que te derrites,
corriendo, invierno abajo, tiempo abajo,
mientras tu corazón desciende en gotas,
vienes volando.

No estás allí, rodeado de cemento,
y negros corazones de notarios,
y enfurecidos huesos de jinetes:
vienes volando.

Oh amapola marina, oh deudo mío,
oh guitarrero vestido de abejas,
no es verdad tanta sombra en tus cabellos:
vienes volando.

No es verdad tanta sombra persiguiéndote,
no es verdad tantas golondrinas muertas,
tanta región oscura con lamentos:
vienes volando.

El viento negro de Valparaíso
abre sus alas de carbón y espuma
para barrer el cielo donde pasas:
vienes volando.

Hay vapores, y un frío de mar muerto,
y silbatos, y mesas, y un olor
de mañana lloviendo y peces sucios:
vienes volando.

Hay ron, tú y yo, y mi alma donde lloro,
y nadie, y nada, sino una escalera
de peldaños quebrados, y un paraguas:
vienes volando.

Allí está el mar. Bajo de noche y te oigo
venir volando bajo el mar sin nadie,
bajo el mar que me habita, oscurecido:
vienes volando.

Oigo tus alas y tu lento vuelo,
y el agua de los muertos me golpea
como palomas ciegas y mojadas:
vienes volando.

Vienes volando, solo solitario,
solo entre muertos, para siempre solo,
vienes volando sin sombra y sin nombre,
sin azúcar, sin boca, sin rosales,
vienes volando.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Déjame sueltas las manos

DÉJAME sueltas las manosy el corazón, déjame libre!Deja que mis dedos corranpor los caminos de tu cuerpo.La pasión —sangre, fuego, besos—me incendia a llamaradas trémulas.Ay, tú no sabes lo que es esto!
Es la tempestad de mis sentidosdoblegando la selva sensible de mis nervios.Es la carne que grita con sus ardientes lenguas!Es el incendio!Y estás aquí, mujer, como un madero intactoahora que vuela toda mi vida hecha cenizashacia tu cuerpo lleno, como la noche, de astros!
Déjame libre las manosy el corazón, déjame libre!Yo sólo te deseo, yo sólo te deseo!No es amor, es deseo que se agosta y se extingue,es precipitación de furias,acercamiento de lo imposible,pero estás tú,estás para dármelo todo,y a darme lo que tienes a la tierra viniste—como yo para contenerte,y desearte,y recibirte!

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Los constructores de estatuas

YO soy el constructor de las estatuas. No tengo
nombre.
No tengo rostro. El mío se desvió hasta correr
sobre la zarza y subir impregnando las piedras.
Ellas tienen mi rostro petrificado, la grave
soledad de mi patria, la piel de Oceanía.

Nada quieren decir, nada quisieron
sino nacer con todo su volumen de arena,
subsistir destinadas al tiempo silencioso.

Tú me preguntarás si la estatua en que tantas
uñas y manos, brazos oscuros fui gastando,
te reserva una sílaba del cráter, un aroma
antiguo, preservado por un signo de lava?

No es así, las estatuas son lo que fuimos, somos
nosotros, nuestra frente que miraba las olas,
nuestra materia a veces interrumpida, a veces
continuada en la piedra semejante a nosotros.

Otros fueron los dioses pequeños y malignos,
peces, pájaros que entretuvieron la mañana,
escondiendo las hachas, rompiendo la estatura
de los más altos rostros que concibió la piedra.

Guarden los dioses el conflicto, si lo quieren,
de la cosecha postergada, y alimenten
el azúcar azul de la flor en el baile.

Suban ellos y bajen la llave de la harina:
empapen ellos todas las sábanas nupciales
con el polen mojado que imperceptible danza
adentro de la roja primavera del hombre,
pero hasta estas paredes, a este cráter, no vengas
sino tú, pequeñito, mortal, picapedrero.

Se van a consumir esta carne y la otra,
la flor perecerá tal vez, sin armadura,
cuando estéril aurora, polvo reseco, un día
venga la muerte al cinto de la isla orgullosa,
y tú, estatua, hija del hombre, quedarás
mirando con los ojos vacíos que subieron
desde una mano y otra de inmortales ausentes.

Arañarás la tierra hasta que nazca
la firmeza, hasta que caiga la sombra en la estructura
como sobre una abeja colosal que devora
su propia miel perdida en el tiempo infinito.

Tus manos tocarán la piedra hasta labrarla
dándole la energía solitaria que pueda
subsistir, sin gastarse los nombres que no
existen,
y así desde una vida a una muerte, amarrados
en el tiempo como una sola mano que ondula,
elevamos la torre calcinada que duerme.

La estatua que creció sobre nuestra estatura.

Miradlas hoy, tocad esta materia, estos labios
tienen el mismo idioma silencioso que duerme
en nuestra muerte, y esta cicatriz arenosa,
que el mar y el tiempo como lobos han lamido,
eran parte de un rostro que no fue derribado,
punto de un ser, racimo que derrotó cenizas.

Así nacieron, fueron vidas que labraron
su propia celda dura, su panal en la piedra.
Y esta mirada tiene más arena que el tiempo.
Más silencio que toda la muerte en su colmena.

Fueron la miel de un grave designio que
habitaba
la luz deslumbradora que hoy resbala en la
piedra.

Oda a la envidia

Yo vine
del Sur, de la Frontera.
La vida era lluviosa.
Cuando llegué a Santiago
me costó mucho cambiar de traje.
Yo venía vestido
de riguroso invierno.
Flores de la intemperie
me cubrían.
Me desangré mudándome
de casa.
Todo estaba repleto,
hasta el aire tenía
olor a gente triste.
En las pensiones
se caía el papel
de las paredes.
Escribí, escribí sólo
para no morirme.
Y entonces
apenas
mis versos de muchacho
desterrado
ardieron
en la calle
me ladró Teodorico
y me mordió Ruibarbo.
Yo me hundí
en el abismo
de las casas más pobres,
debajo de la cama,
en la cocina,
adentro del armario,
donde nadie pudiera examinarme,
escribí, escribí sólo
para no morirme.

Todo fue igual. Se irguieron
amenazantes
contra mi poesía,
con ganchos, con cuchillos,
con alicates negros.

Crucé entonces
los mares
en el horror del clima
que susurraba fiebre con los ríos,
rodeado de violentos
azafranes y dioses,
me perdí en el tumulto
de los tambores negros,
en las emanaciones
del crepúsculo,
me sepulté y entonces
escribí, escribí sólo
para no morirme.

Yo vivía tan lejos, era grave
mi total abandono,
pero aquí los caimanes
afilaban
sus dentelladas verdes.

Regresé de mis viajes.
Besé a todos,
las mujeres, los hombres
y los niños.
Tuve partido, patria.
Tuve estrella.

Se colgó de mi brazo
la alegría.
Entonces en la noche,
en el invierno,
en los trenes, en medio
del combate,
junto al mar o las minas,
en el desierto o junto
a la que amaba
o acosado, buscándome
la policía,
hice sencillos versos
para todos los hombres
y para no morirme.

Y ahora,
otra vez ahí están.
Son insistentes
como los gusanos,
son invisibles
como los ratones
de un navío
van navegando
donde yo navego,
me descuido y me muerden
los zapatos,
existen porque existo.
Qué puedo hacer?
Yo creo
que seguiré cantando
hasta morirme.
No puedo en este punto
hacerles concesiones.
Puedo, si lo desean,
regalarles
una paquetería,
comprarles un paraguas
para que se protejan
de la lluvia inclemente
que conmigo llegó de la Frontera,
puedo enseñarles a andar a caballo,
o darles por lo menos
la cola de mi perro,
pero quiero que entiendan
que no puedo
amarrarme la boca
para que ellos
sustituyan mi canto.
No es posible.
No puedo.
Con amor o tristeza,
de madrugada fría,
a las tres de la tarde,
o en la noche,
a toda hora,
furioso, enamorado,
en tren, en primavera,
a oscuras saliendo
de una boda,
atravesando el bosque
o en la oficina,
a las tres de la tarde
o en la noche,
a toda hora,
escribiré no sólo
para no morirme,
sino para ayudar
a que otros vivan,
porque parece que alguien
necesita mi canto.
Seré,
seré implacable.
Yo les pido que sostengan
sin tregua el estandarte
de la envidia.
Me acostumbré a sus dientes.
Me hacen falta.
Pero quiero decirles
que es verdad:
me moriré algún día
(no dejaré de darles
esa satisfacción postrera),
no hay duda,
pero moriré cantando.
Y estoy casi seguro,
aunque no les agrade esta noticia,
que seguirá
mi canto
más acá de la muerte,
en medio
de mi patria,
será mi voz, la voz
del fuego o de la lluvia
o la voz de otros hombres,
porque con lluvia o fuego quedó escrito
que la simple
poesía
vive
a pesar de todo,
tiene una eternidad que no se asusta
tiene tanta salud
como una ordeñadora
y en su sonrisa tanta dentadura
como para arruinar las esperanzas
de todos los reunidos
roedores.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Oda a la manzana

A ti, manzana,
quiero
celebrarte
llenándome
con tu nombre
la boca,
comiéndote.

Siempre
eres nueva como nada
o nadie,
siempre
recién caída
del Paraíso:
plena
y pura
mejilla arrebolada
de la aurora!
Qué difíciles
son
comparados
contigo
los frutos de la tierra,
las celulares uvas,
los mangos
tenebrosos,
las huesudas
ciruelas, los higos
submarinos:
tú eres pomada pura,
pan fragante,
queso
de la vegetación.

Cuando mordemos
tu redonda inocencia
volvemos
por un instante
a ser
también recién creadas criaturas:
aún tenemos algo de manzana.

Yo quiero
una abundancia
total, la multiplicación
de tu familia,
quiero
una ciudad,
una república,
un río Mississipi
de manzanas,
y en sus orillas
quiero ver
a toda
la población
del mundo
unida, reunida,
en el acto más simple de la tierra:
mordiendo una manzana

sábado, 1 de noviembre de 2008

Caballero solo

Los jóvenes homosexuales y las muchachas amorosas,
y las largas viudas que sufren el delirante insomnio,
y las jóvenes señoras preñadas hace treinta horas,
y los roncos gatos que cruzan mi jardín en tinieblas,
como un collar de palpitantes ostras sexuales
rodean mi residencia solitaria,
como enemigos establecidos contra mi alma,
como conspiradores en traje de dormitorio
que cambiaran largos besos espesos por consigna.

El radiante verano conduce a los enamorados
en uniformes regimientos melancólicos,
hechos de gordas y flacas y alegres y tristes parejas:
bajo los elegantes cocoteros, junto al océano y la luna
hay una continua vida de pantalones y polleras,
un rumor de medias de seda acariciadas,
y senos femeninos que brillan como ojos.

El pequeño empleado, después de mucho,
después del tedio semanal, y las novelas leídas de noche,
en cama,
ha definitivamente seducido a su vecina,
y la lleva a los miserables cinematógrafos
donde los héroes son potros o príncipes apasionados,
y acaricia sus piernas llenas de dulce vello
con sus ardientes y húmedas manos que huelen a cigarrillo.

Los atardeceres del seductor y las noches de los esposos
se unen como dos sábanas sepultándome,
y las horas después del almuerzo en que los jóvenes estudiantes,
y los jóvenes estudiantes, y los sacerdotes se masturban,
y los animales fornican directamente,
y las abejas huelen a sangre, y las moscas zumban coléricas,
y los primos juegan extrañamente con sus primas,
y los médicos miran con furia al marido de la joven paciente,
y las horas de la mañana en que el profesor, como por des-
cuido,
cumple con su deber conyugal, y desayuna,
y, más aún, los adúlteros, que se aman con verdadero amor
sobre lechos altos y largos como embarcaciones:
seguramente, eternamente me rodea
este gran bosque respiratorio y enredado
con grandes flores como bocas y dentaduras
y negras raíces en forma de uñas y zapatos.